sábado, 12 de marzo de 2011

Limpieza de mente.-

Poner orden en la mente es uno de los objetivos de las prácticas de entrenamiento mental, porque el desorden engendra posterior desorden y partiendo de la mente se proyecta sobre el exterior, engendrando situaciones babélicas.


Cuando hay desorden, hay insatisfacción, incertidumbre, ansiedad y dolor.


El desorden proviene de tantas contradicciones internas, enfoques incorrectos, aferramiento a puntos de vista, conflictos subconscientes, hábitos coagulados, situaciones inacabadas, frustraciones indigeridas, traumas insuperados y heridas aún abiertas.


El desorden es visión incorrecta, confusión, caos, ofuscación. Nada hermoso puede surgir de este desorden.

En el desorden anidan el apego, la agresividad, el autoengaño y los tóxicos mentales que a su vez generan más desorden.


No hay belleza en el desorden, ni mucho menos armonía, ni por supuesto tranquilidad.

Nosotros, que nos preocupamos por limpiar nuestra habitación o nuestro hogar, que nos afanamos por vestir adecuadamente y que atendemos a la higiene del cuerpo, ¿cómo es posible que seamos tan despreocupados con nuestra mente y hagamos de ella un estercolero? Un estercolero que llevamos siempre con nosotros. Un almacén de odios, dudas, afanes neuróticos, afán de posesividad, resentimientos y otras negatividades que conforman nuestra cárcel mental. Detengámonos a ver qué somos; porque somos lo que pensamos.


Hay que transformar el pensamiento y limpiar la célula. Donde hay angustia, miedo, celos y odio no puede haber paz. Hay que recobrar una mente sin autodefensas ni heridas ni conductas aprendidas ni reactividades desproporcionadas y anómalas. Es difícil..., pero no imposible.

En el trasfondo de la mente, en la trastienda de la psique, se han ido acumulando toda clase de vivencias, experiencias, traumas. Un inmenso material que de poder alinearse daría varias veces la vuelta al mundo. Y todo ello caótico, desordenado, incoherente y confuso.

Hay graves contradicciones profundas, conflictos inconscientes, luchas de tendencias y de intereses, caos. Es como una biblioteca con millones de ejemplares y manuscritos desordenados, polvorientos, inextricables.


Sólo mediante la «completud» interior es posible superar toda insatisfacción, incertidumbre y sufrimiento inútil. Pero nuestra mente se apega incluso al sufrimiento. Prefiere sufrir mientras ello le permita seguir enredando, alimentando neurosis, incrementando sus paranoias. Y la mente y el ego viajan codo con codo, se sustentan recíprocamente.


Yoguis y budistas saben que hay numerosos impedimentos en la mente que hay que eliminar: avidez, aversión, ofuscación, autopersonalidad, aferramiento a la vida, aferramiento a la idea de que no exista lo desagradable, autoimportancia, malevolencia, duda escéptica, apego a las especulaciones y opiniones, autoengaños, concupiscencia, apatía, desasosiego, acrobacias metafísicas, puntos de vista y enfoques equivocados, conflictos y resistencias inútiles, la negativa a ver los hechos como son, subterfugios de todo tipo, ira y agresividad.


Cuando la mente cesa en su agitación, comienza a obsequiarnos con su gran tesoro. Si consideramos que percibimos, vemos, sentimos y nos relacionamos por medio de la mente, comprenderemos cuan importante es la mente y cuan esencial cuidarla, ordenarla y esclarecerla. Como sea nuestra mente, así vivenciaremos la vida, a los demás y a nosotros mismos. Dentro de la mente hay una especie de diablo que enreda sin cesar.


La gente que aparece en nuestra vida y con la que estamos de acuerdo y compartimos intereses similares, fáciles de aceptar, nos enseñan de hecho muy poco. Pero aquellos otros capaces de sacarnos de quicio y encolerizarnos a la menor provocación son nuestros verdaderos maestros.

La persona que realmente puede perturbar tu estado de paz es aquella que te recuerda que no te encuentras verdaderamente en el estado de paz o iluminación que brota de la confianza.

En ese momento, esta persona se convierte en tu mejor maestro, y es a ella a quien debieras dar las gracias, y a Dios, por haberla enviado a tu vida.


Cuando llegue el día en que puedas trascender la cólera, la rabia y la alteración que esa persona parece provocar, y decirle:


«Gracias por ser mi maestro», habrás reconocido a un compañero del alma.



Extraido del libro de la serenidad

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