jueves, 31 de marzo de 2011

Autenticidad.-


No es que no tenga ilusión, es que no me aferro a ningún deseo ni a ninguna persona. Y así de ésta forma es como puedo conocer la verdad, desde la distancia.


Porque cuándo te involucran emocionalmente, acabas perdiéndote la esencia amarga que, en muchas ocasiones, esconde la apariencia del dulce en su interior.


No dependo de las circunstancias externas, ni me dejo llevar por la genérica superficialidad de las personas, no busco admiración ni reconocimiento, ya me reconozco, no necesito alimentarme del “afecto” de nadie para poder vivir.


Me dejo llevar como la corriente del agua y abro bien los ojos, pués lo aparente no suele corresponderse con la verdad, y con tanto autoengaño y falsa apariencia ya era hora de aprender.


Y no por ello ha de ser uno insociable, clandestino o fuera del modelo de lo superficial. Es que es tan simple como reconocer la propia autenticidad sin comparativa similar.


No me dejo llevar por nada, ni por nadie, que vaya contra mi conciencia, y por ello me siento libre, y no es la supuesta libertad de que barbucean todos éstos superficiales que dicen que te puede dar un viajecito “para abrir la mente” y al volver a casa ….


La mente o está abierta y es libre, o no hay nada que pueda abrirla aunque así puedan no pensarlo cualquiera de los cínicos que abundan el planeta; o de esos-as que presumen estar tan llenos de amor por dentro que resulta que han de mendigarlo en cada esquina, porque de contrario resultan no tener agallas ni para levantarse por la mañana. Pero no, eso no es amor, eso es egoísmo, estos mendigos de amor no son fieles asimismos y por ende es imposible que lo sean a tu persona.


Cuándo uno está completo no necesita de nada material, ni de persona alguna, que “llene” tu vida, ni has de ser proveedor para cubrir su eterno vacio.


Los altaneros, y altaneras – por esto de la igualdad del género rebaño-, son seres superficiales, sin valores ni principios que te tratan con despecho, incluso con desprecio. Hundidos en su propia incultura, en lo absurdo, o en esquizofrenia egoista tratan de hacerte sentir inferior, o de menores cualidades cuándo no aceptas entrar en sus juegos egoístas, o en su chantaje.


Estos te dicen una cosa cuándo piensan la contraria, se mienten y te mienten, y sólo se dejan llevar por cínicos mayores para abundar en el cinismo. Bajo su apariencia de simpatía, e interesada adulación, caen rápidamente bajo cualquiera que les alimente un poco el ego, y esperan que caigas en sus juego – para hacerte “igual”- y luego introducirte en su chantaje emocional, si no les funciona, pasan a buscarse a otro “objeto” al cual manipular.



Purgatorio.-


Valores firmes, moral recta. Es lo que sentimos, es lo que somos.

No es fácil, pertenecer al club de los rectos, entre tanta depravación y mentiras seductoras.

Así es, cada cuál sigue un destino, y frente a eso poco más que discutir. Pero la verdad solo tiene un camino, y al otro lado el infierno.

Sacaremos las espadaa, derribaremos a todo necio aquél que intente derrumbarnos, cuestionarnos los principios, o contagiarnos su locura aún con prendas seductivas.

Cortaremos todas las cabezas al diablo, ya quiera que se enmascaren en sus bellas apariencias.

Permanecemos firmes ante la adversidad.

Con la ayuda sacral derramaremos nuestra luz sobre todos los rincones, sucios y carcomidos. Sobre las dobles composturas y las falsas apariencias.

Alejaremos del camino toda esquizofrenia, a las mentiras enmascaradas, a la contaminación vírica mental, y a los atacantes de la estima.

viernes, 18 de marzo de 2011

Defender la alegria.-



Defender la alegría como una trinchera, defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables, de las ausencias transitorias y las definitivas

Defender la alegría como un principio, defenderla del pasmo y las pesadillas,
de los neutrales y de los neutrones, de las dulces infamias y los graves diagnósticos

Defender la alegría como una bandera, defenderla del rayo y la melancolía, de los ingenuos y de los canallas, de la retórica y los paros cardiacos, de las endemias y las academias.

Defender la alegría como un destino, defenderla del fuego y de los bomberos,
de los suicidas y los homicidas, de las vacaciones y del agobio, de la obligación de estar alegres.

Defender la alegría como una certeza, defenderla del óxido y la roña, de la famosa pátina del tiempo, del relente y del oportunismo, de los proxenetas de la risa.

Defender la alegría como un derecho, defenderla de Dios y del invierno, de las mayúsculas y de la muerte, de los apellidos y las lástimas del azar, y también de la alegría

Mario Benedetti

sábado, 12 de marzo de 2011

Limpieza de mente.-

Poner orden en la mente es uno de los objetivos de las prácticas de entrenamiento mental, porque el desorden engendra posterior desorden y partiendo de la mente se proyecta sobre el exterior, engendrando situaciones babélicas.


Cuando hay desorden, hay insatisfacción, incertidumbre, ansiedad y dolor.


El desorden proviene de tantas contradicciones internas, enfoques incorrectos, aferramiento a puntos de vista, conflictos subconscientes, hábitos coagulados, situaciones inacabadas, frustraciones indigeridas, traumas insuperados y heridas aún abiertas.


El desorden es visión incorrecta, confusión, caos, ofuscación. Nada hermoso puede surgir de este desorden.

En el desorden anidan el apego, la agresividad, el autoengaño y los tóxicos mentales que a su vez generan más desorden.


No hay belleza en el desorden, ni mucho menos armonía, ni por supuesto tranquilidad.

Nosotros, que nos preocupamos por limpiar nuestra habitación o nuestro hogar, que nos afanamos por vestir adecuadamente y que atendemos a la higiene del cuerpo, ¿cómo es posible que seamos tan despreocupados con nuestra mente y hagamos de ella un estercolero? Un estercolero que llevamos siempre con nosotros. Un almacén de odios, dudas, afanes neuróticos, afán de posesividad, resentimientos y otras negatividades que conforman nuestra cárcel mental. Detengámonos a ver qué somos; porque somos lo que pensamos.


Hay que transformar el pensamiento y limpiar la célula. Donde hay angustia, miedo, celos y odio no puede haber paz. Hay que recobrar una mente sin autodefensas ni heridas ni conductas aprendidas ni reactividades desproporcionadas y anómalas. Es difícil..., pero no imposible.

En el trasfondo de la mente, en la trastienda de la psique, se han ido acumulando toda clase de vivencias, experiencias, traumas. Un inmenso material que de poder alinearse daría varias veces la vuelta al mundo. Y todo ello caótico, desordenado, incoherente y confuso.

Hay graves contradicciones profundas, conflictos inconscientes, luchas de tendencias y de intereses, caos. Es como una biblioteca con millones de ejemplares y manuscritos desordenados, polvorientos, inextricables.


Sólo mediante la «completud» interior es posible superar toda insatisfacción, incertidumbre y sufrimiento inútil. Pero nuestra mente se apega incluso al sufrimiento. Prefiere sufrir mientras ello le permita seguir enredando, alimentando neurosis, incrementando sus paranoias. Y la mente y el ego viajan codo con codo, se sustentan recíprocamente.


Yoguis y budistas saben que hay numerosos impedimentos en la mente que hay que eliminar: avidez, aversión, ofuscación, autopersonalidad, aferramiento a la vida, aferramiento a la idea de que no exista lo desagradable, autoimportancia, malevolencia, duda escéptica, apego a las especulaciones y opiniones, autoengaños, concupiscencia, apatía, desasosiego, acrobacias metafísicas, puntos de vista y enfoques equivocados, conflictos y resistencias inútiles, la negativa a ver los hechos como son, subterfugios de todo tipo, ira y agresividad.


Cuando la mente cesa en su agitación, comienza a obsequiarnos con su gran tesoro. Si consideramos que percibimos, vemos, sentimos y nos relacionamos por medio de la mente, comprenderemos cuan importante es la mente y cuan esencial cuidarla, ordenarla y esclarecerla. Como sea nuestra mente, así vivenciaremos la vida, a los demás y a nosotros mismos. Dentro de la mente hay una especie de diablo que enreda sin cesar.


La gente que aparece en nuestra vida y con la que estamos de acuerdo y compartimos intereses similares, fáciles de aceptar, nos enseñan de hecho muy poco. Pero aquellos otros capaces de sacarnos de quicio y encolerizarnos a la menor provocación son nuestros verdaderos maestros.

La persona que realmente puede perturbar tu estado de paz es aquella que te recuerda que no te encuentras verdaderamente en el estado de paz o iluminación que brota de la confianza.

En ese momento, esta persona se convierte en tu mejor maestro, y es a ella a quien debieras dar las gracias, y a Dios, por haberla enviado a tu vida.


Cuando llegue el día en que puedas trascender la cólera, la rabia y la alteración que esa persona parece provocar, y decirle:


«Gracias por ser mi maestro», habrás reconocido a un compañero del alma.



Extraido del libro de la serenidad

jueves, 10 de marzo de 2011

La Mujer Sabia y la Mujer Necia.-


“La mujer sabia edifica su casa; Mas la necia con sus manos la derriba.”

(Prov. 14:1 RV1960).

La mujer aquí descrita es absolutamente necia. Con el tiempo y las oportunidades se vuelve aún más depravada, como se evidencia en el resultado final de su casa.

Es una demoledora hábil que posee herramientas forjadas a partir de sus propias experiencias.

Desafía y socava la autoridad de su esposo. Cuando es sumisa esto se atribuye al provecho que ha calculado conseguir. Los deseos de él no son motivo de felicidad para ella, y tampoco son los primeros pensamientos de ella.

De vez en cuando puede exhibir alguna pequeña bondad, para luego controlar al esposo, mientras perfecciona sus astutas habilidades para darles un filo más preciso.

Debido a que no tiene verdadera satisfacción busca tiempos privados para ella misma, donde él queda excluido, dando por cierto que él no debe envidiarle algunos pequeños bocados de felicidad.

A primera vista la mujer necia da una impresión del tipo demasiado bueno para ser verdad, después de todo lo que ha hecho para causarle inconvenientes a su esposo. A partir de allí manipula la mente, por lo menos así lo piensa ella.

Su engaño, como el de Dalila para con Sansón, empobrece a sus víctimas (Jueces 16:4-21). La bondad y la gracia del primer amor se han endurecido y se han convertido en una batalla competitiva de cada día.

Sus acciones se burlan de lo que una vez pudieron haber sido dulces intimidades. Raras veces está agradecida o satisfecha, importándole poco la conducta casta y respetuosa (1 Pedro 3:2).

Su orgullo mantiene a distancia, y aquellos que podrían intentar bendecirla con la verdad son asaltados por su pulida retórica.

La mujer sabia edifica su casa, tanto espiritual como físicamente “Aquel que es atormentado por una mala esposa es tan miserable como si estuviera en la mazmorra; pues ella no es mejor que carcoma en sus huesos, una enfermedad incurable; es más, ella le avergüenza.

Ella, que es absurda y perezosa, derrochadora y lasciva, apasionada y mal hablada, arruina tanto el crédito como el confort de su marido; si él sale va cabizbajo pues las faltas de su esposa se vuelven en su contra; si se retira para estar a solas, su corazón está apesadumbrado; está intranquilo continuamente; es una aflicción que obsesiona a muchos de los espíritus.”

“''Es verdaderamente impresionante el contraste de una mujer contenciosa, una esposa “Una buena esposa es una gran bendición para una familia; una familia es multiplicada y llena de niños por medio de una esposa fructífera, y así es edificada; pero por medio de una esposa prudente, una que es piadosa, trabajadora y considerada, los asuntos de una familia son hechos prosperar, las deudas son pagadas, las porciones se incrementan, se hacen provisiones, los niños son bien educados y mantenidos, y la familia tiene confort dentro de las puertas y el crédito se mantiene afuera; de esta forma la casa es edificada.

Ella mira por la casa como suya propia para cuidar de ella, aunque sabe que es responsabilidad de su marido el gobernar en ella, Ester 1:22”1

“La mujer virtuosa es corona de su marido, pero la mala es como carcoma en sus huesos.” (Prov. 12:4 RV1960).

“Una esposa virtuosa y digna – seria y fuerte en carácter – es una joya en la corona de su marido, pero aquella que es motivo de vergüenza es como carcoma en sus huesos” (Prov. 12:4 Versión Amplificada). Dominante, extravagante, quizás infiel; en la frivolidad de su conducta que olvida su lugar y sujeción apropiados: buscando la admiración de otros, en lugar de estar satisfecha con la consideración de su marido.

Esto es realmente una enfermedad viviente – una carcoma en los huesos; estropeando su utilidad; minando su felicidad; quizás llevándole a la tentación y al engaño del diablo'”

“Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer pendenciera en casa espaciosa” (Prov. 21:9 RVR95). “Mejor es vivir en tierra desierta que con la mujer pendenciera e irascible” (Prov. 21:9 RVR 95). Siempre se presentan las ocasiones para el despliegue de su humor infeliz... sin ser restringida por la gracia Divina ella se convierte en el tormento de su esposo, y en su propia vergüenza.

Es tremendamente testaruda y demandante, y castiga ya sea por el silencio hosco o por el reñir constante.

Sus discusiones no pueden ni refrenarse ni contenerse. “pretender contenerla es como querer refrenar el viento o retener el aceite en la mano derecha” (Prov. 27:16 RVR95).

La mujer virtuosa respeta y apoya la autoridad de su esposo. No habla sarcásticamente de las opiniones de él insinuando su mayor sabiduría. No le corrige o le habla con desprecio en una campaña para hacerle tan justo como ella es.

Debido a que la mujer sabia tiende al cuidado de su casa y de su hogar, se dice que edifica su casa. Su casa es establecida con entendimiento y con conocimiento sus aposentos son llenos de toda clase de riquezas preciosas y agradables (Prov. 24:3). ¡Qué residencia más encantadora para las almas que habitan en ella!

La mujer necia causa vergüenza.

Ella debería ser avergonzada, ¿pero qué hace? Deshonra a su marido y a sus hijos, teniendo siempre la última palabra, siempre envuelta en batallas.

De: Ina Manly Painter

jueves, 3 de marzo de 2011

La verdad.-

Toda la humanidad busca la verdad, la justicia y la belleza.

Estamos inmersos en una búsqueda eterna de la verdad porque sólo creemos en las mentiras que hemos almacenado en nuestra mente. Buscamos la justicia porque en el sistema de creencias que tenemos no existe.

Buscamos la belleza porque, por muy bella que sea una persona, no creemos que lo sea. Seguimos buscando y buscando cuando todo está ya en nosotros. No hay ninguna verdad que encontrar.

Dondequiera que miremos, todo lo que vemos es la verdad, pero debido a los acuerdos y las creencias que hemos alma­cenado en nuestra mente, no tenemos ojos para verla.

No vemos la verdad porque estamos ciegos. Lo que nos ciega son todas esas falsas creencias que tenemos en la mente. Necesitamos sentir que tenemos razón y que los demás están equivocados.

Confiamos en lo que creemos, y nuestras creencias nos invitan a sufrir. Es como si viviésemos en medio de una bruma que nos impide ver más allá de nuestras propias narices.

Vivimos en una bruma que ni tan siquiera es real.

Nos resulta imposible ver quiénes somos verdaderamente; nos resulta imposible ver que no somos libres.

Esta es la razón por la cual los seres humanos nos resistimos a la vida.

Estar vivos es nuestro mayor miedo. No es la muerte; nuestro mayor miedo es arriesgarnos a vivir: correr el riesgo de estar vivos y de expresar lo que realmente somos.

Hemos aprendido a vivir intentando satisfacer las exigencias de otras personas.

Hemos aprendido a vivir según los puntos de vista de los demás por miedo a no ser aceptados, y de no ser lo suficientemente buenos para otras personas.

Durante el proceso de domesticación, nos formamos una imagen mental de la perfección con el fin de tratar de ser lo suficientemente buenos. Creamos una imagen de cómo deberíamos ser para que los demás nos aceptaran.

Intentamos complacer especialmente a las personas que nos aman, como papá y mamá, nuestros hermanos y hermanas mayores, los sacerdotes y los profesores. Al tratar de ser lo suficien­temente buenos para ellos, creamos una imagen de perfección, pero no encajamos en ella. Creamos esa imagen, pero no es una imagen real. Bajo ese punto de vista, nunca seremos perfectos. ¡Nunca!

Como no somos perfectos, nos rechazamos a nosotros mismos.

El grado de rechazo depende de lo efectivos que hayan sido los adultos para romper nuestra integridad.

Tras la domesticación, ya no se trata de que seamos lo suficientemente buenos para los demás. No somos lo bastante buenos para nosotros mismos porque no encajamos en nuestra propia imagen de perfección. Nos resulta imposible perdonarnos por no ser lo que desearíamos ser, o mejor dicho, por no ser quien creemos que deberíamos ser. No podemos perdonarnos por no ser perfectos.

Sabemos que no somos lo que creemos que deberíamos ser, de modo que nos sentimos falsos, frustrados y deshonestos. Intentamos ocultarnos y fingimos ser lo que no somos.

El resultado es un sentimiento de falta de autenticidad y una necesidad de utilizar máscaras sociales para evitar que los demás se den cuenta. Nos da mucho miedo que alguien descubra que no somos lo que pretendemos ser. También juzgamos a los demás según nuestra propia imagen de la perfección, y naturalmente no alcanzan nuestras expectativas.

Nos deshonramos a nosotros mismos sólo para complacer a otras personas. Incluso llegamos a dañar nuestro cuerpo para que los demás nos acepten.

Vemos a adolescentes que se drogan con el único fin de no ser rechazados por otros adolescentes. No son conscientes de que el problema estriba en que no se aceptan a sí mismos. Se rechazan porque no son lo que pretenden ser. Desean ser de una manera determinada, pero no lo son, y esto hace que se sientan culpables y avergonzados.

Los seres humanos nos castigamos a nosotros mismos sin cesar por no ser como creemos que deberíamos ser. Nos maltratamos a nosotros mismos y utilizamos a otras personas para que nos maltraten.

Pero nadie nos maltrata más que nosotros mismos; el juez, la Víctima y el sistema de creencias son los que nos llevan a hacerlo. Es cierto que algunas personas dicen que su marido o su mujer, su madre o su padre las maltrataron, pero sabemos que nosotros nos maltratamos todavía más. Nuestra manera de juzgarnos es la peor que existe. Si cometemos un error delante de los demás, intentamos negarlo y taparlo; pero tan pronto como estamos solos, el juez se vuelve tan tenaz y el reproche es tan fuerte, que nos sentimos realmente estúpidos, inútiles o indignos.

Nadie, en toda tu vida, te ha maltratado más que tú mismo. El límite del maltrato que tolerarás de otra persona es exactamente el mismo al que te sometes tú. Si alguien llega a maltratarte un poco más, lo más probable es que te alejes de esa persona. Sin embargo, si alguien te maltrata un poco menos de lo que sueles maltratarte tú, seguramente continuarás con esa relación y la tolerarás siempre.

Necesitamos que los demás nos acepten y nos amen, pero nos resulta imposible aceptarnos y amarnos a nosotros mismos.

Miguel Ruiz

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