viernes, 5 de noviembre de 2010

Poder, conciencia y fuerza.-



Las elecciones de la sociedad, la mayoría de las veces, son el resultado de la conveniencia, la falacia estadística, los sentimientos, la presión política o de los medios de comunicación, los prejuicios personales y los propios intereses. Las decisiones cruciales que afectan las vidas de todos y cada uno de los habitantes del planeta, se realizan bajo condiciones que garantizan virtualmente el fracaso.

Debido a que las sociedades carecen de la base real necesaria para la formulación de las resoluciones efectivas de los problemas, estas sociedades retroceden, una y otra vez, en un tipo de recurso del uso de la fuerza (en sus variadas formas de expresión, tales como la guerra, las leyes, los impuestos, las reglas y las regulaciones), lo cual es extremadamente costoso, en lugar de emplear el poder, lo cual es económico. .

Los dos tipos de facultades funcionales más básicas que posee la humanidad, la razón y los sentimientos, son inherentemente poco confiables, como lo comprueba nuestra historia de supervivencia precaria tanto individual como colectiva.

A pesar de que atribuimos nuestras acciones a la razón, el hombre en realidad funciona primordialmente según el reconocimiento de patrones, el arreglo lógico de datos sirve principalmente para acentuar el sistema de reconocimiento de patrones que se convierte entonces en la “verdad”.

Pero nada es “verdadero”, para siempre excepto bajo ciertas circunstancias, y entonces solamente desde un punto de vista particular, con característica débilmente sustentadas.

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El principal obstáculo en el desarrollo humano, es, pues, la falta de conocimiento sobre la naturaleza de la conciencia misma.

Si miramos dentro de nosotros segundo a segundo los procesos de nuestras mentes, pronto notaremos que la mente actúa mucho más rápido de lo que los reconoce.

Aparentemente tenemos la noción de que nuestras acciones están basadas en decisiones inteligentes lo cual se convierte en una gran ilusión. El proceso de toma de decisiones es una función de la conciencia misma; en la toma de decisiones, la mente se ve involucrada y enfrentada, con una rapidez enorme, a millones de datos y de sus correlaciones y proyecciones, situación que va más allá de la comprensión consciente. Esto es una función global dominada por modelos de energía que la nueva ciencia de la dinámica no lineal denomina atractores. .

La conciencia automáticamente escoge lo que estima mejor en cada momento ya que a fin de cuentas, es la única función de la cual es capaz.

El peso relativo y el mérito dado a ciertos datos están determinados por un modelo atractor predominado que funciona en el individuo o en un grupo colectivo de mentes.

Estos modelos pueden ser identificados, descritos y calibrados, surgiendo de esa información una comprensión totalmente nueva de la conducta humana, la historia y el destino de la humanidad.

Al explorar la naturaleza de los problemas del hombre se vuelve evidente que nunca ha existido un canon experimental confiable con el cual medir e interpretar las motivaciones y experiencias a lo largo del curso de su historia.

Podemos observar a través de la historia, que la sociedad ha intentado “tratar” los problemas sociales por medio de la acción legislativa, la guerra, la manipulación comercial, las leyes y las prohibiciones, todas las manifestaciones de la fuerza, solamente para ver que estos problemas persisten o recurren a pesar del tratamiento.

Aunque los gobiernos (o individuos) procedan de posiciones de fuerza miopes, para el observador sensible, es obvio que las condiciones del conflicto social no desaparecerán hasta que su origen subyacente haya sido expuesto y “sanado”.

Las subculturas que exponen la aberración de la autoflagelación a menudo manifiestan otras formas regionales de crueldad, tales como la matanza ritual de animales en público.

La culpa provoca rabia y el aniquilamiento frecuente es su expresión. La pena capital es un ejemplo de la manera en que el asesino condenado a muerte complace a una población acosada por la Culpa. Nuestra implacable sociedad estadounidense, por ejemplo, vilipendia a sus víctimas en la prensa y asigna castigos que jamás han podido demostrar un valor disuasivo o correctivo.

Este nivel es caracterizado por la pobreza, el desespero y la desesperanza. El mundo y el futuro se ven sombríos; la vida es patética.

La apatía es un estado de desamparo; sus víctimas, menesterosas en todas sus formas, carecen no sólo de recursos, sino además de la energía para aprovechar lo que está a su disposición. A menos que la energía externa sea suministrada por personas dedicadas a su cuidado, la Apatía puede redundar en la muerte por suicidio pasivo.

Sin la voluntad de vivir, los desesperanzados permanecen inexpresivos, con la mirada vacía, sin reacción a los estímulos, hasta que sus ojos dejan hasta de mirar y no les queda suficiente energía para tragar los alimentos ofrecidos.

Este es el nivel de los sin hogar y de los parias de la sociedad; también es la fatalidad de muchas personas mayores y otros que terminan aislados por enfermedades crónicas o progresivas. Los apáticos son dependientes; las personas que sufren de Apatía son “pesadas” son consideradas una carga para aquellos que los rodean.

Muy a menudo, la sociedad carece de la motivación suficiente para ser de alguna ayuda real a las culturas (así como a los individuos) en este nivel, ya que son vistos como consumidores de recursos.

Una representación gráfica de la distribución de los Niveles de energía respectivos entre la población mundial sería similar a la forma del techo de una pagoda, en la cual en 85% calibra debajo del nivel crítico de 200, mientras que el nivel promedio general de la conciencia humana es de aproximadamente 207.

El poder de los relativamente pocos individuos cerca de la cima, contrarresta la debilidad de las masas de abajo para lograr ese promedio general. Tal como lo mencionamos, solamente el 4% de la población mundial calibra a una energía de 500 o más; solamente 0,4% alcanza 540; y el nivel de conciencia de 600 o más, solo es alcanzado por una persona de cada 10 millones.

A primera vista, estos números parecen inverosímiles, pero si examinamos las condiciones globales, recordaremos fácilmente que las poblaciones de sub-continentes enteros viven prácticamente al nivel de la existencia.

El hambre y las enfermedades son comunes, frecuentemente acompañadas de la opresión política y de recursos sociales escasos. Muchas de estas personas viven en un estado tal de desesperanza que calibran al nivel de la Apatía, resignándose a su gran miseria.

También debemos tener en cuenta que la gran mayoría del resto de la población mundial, tanto civilizada como primitiva, vive primordialmente basada en el Temor; la mayoría de los seres humanos pasan sus vidas en la búsqueda de un tipo de seguridad.

Aquellos cuyo estilo de vida trasciende la urgencia imperiosa de la supervivencia para dar paso a otras opciones de todo tipo, son un blanco perfecto de la economía global manejada por el Deseo, y el éxito al lograr cumplir estos deseos conlleva, en el mejor de los casos, al Orgullo.

No se puede iniciar ningún proceso de satisfacción humana significativa hasta que se llegue al nivel de 250, en donde emerge a un cierto nivel la auto-estima como base para las experiencias positivas de la vida en la evolución de la conciencia.

La muestra es una sociedad que idealiza las acciones sin placer: el trabajo duro, el estoicismo, el sacrificio propio, y que restringe y condena el placer en la mayoría de sus formas más simples, frecuentemente declarándolas ilegales. (Los políticos, ya sean seculares o eclesiásticos, comprenden este fenómeno muy bien. Parte del repertorio estándar de los políticos locales para lograr encabezar los titulares de prensa en estos días, es anunciar públicamente su intención de prohibir las revistas eróticas en las prisiones, por ejemplo, o negarle a los prisioneros el cigarrillo o la televisión).

En nuestra sociedad, las promesas incumplidas y la seducción son legítimas, pero la satisfacción es denegada. El atractivo sexual mercantilizado, por ejemplo, es usado interminablemente para vender productos, pero el disfrute del sexo comercial real es prohibido por inmoral.

Históricamente, todas las clases de gobierno han logrado estatus y riqueza controlando la sociedad a través de algún tipo de ética puritana. Mientras más duro trabajen los subordinados y más exiguos sean sus placeres, más rico será el sistema regente, ya se trate de una teocracia, aristocracia, oligarquía o baronía industrial corporativa.

Tal poder es construido sobre el placer que ha sido incautado a los trabajadores sobre el placer que ha sido incautado a los trabajadores. Según la experiencia, tal como lo hemos visto, el placer es apenas energía alta. Las energías de las masas (clases bajas) han sido asociadas, a través de los siglos, al servicio de la producción de un sinnúmero de placeres a beneficio de las clases altas que han sido negados a las clases bajas.

En realidad, los placeres de la energía vital son el capital básico de la humanidad; robarle esto al hombre ha dado como resultado una amplia división entre “poseídos” y multitudes de “desposeídos”. Lo que las clases obreras envidian de las vidas de las clases altas es, precisamente, sus placeres, que van desde la dicha de ejercer el poder en su variedad de formas hasta los bellos trofeos de la autoindulgencia.

La comprensión de que las delicias que le son negadas a uno, son disfrutadas por otros, engendra la revolución o, sublimizada, la represión de las leyes restrictivas contra los placeres de nuestros semejantes.

En este universo interconectado, cada progreso que logramos en nuestro mundo privado, mejora el mundo en general para todos. Todos flotamos en el nivel colectivo de la humanidad para que cualquier incremento que añadamos nos sea devuelto. Todos le sumamos alegría a nuestras vidas por medio de los esfuerzos en beneficiarla. Lo que hacemos por la vida automáticamente nos benefi­cia a todos porque todos estamos incluidos en aquello que es la vida. Somos la vida. Es un hecho científico que “lo que es bueno para mí es bueno para ti.”

Cada civilización está caracterizada por sus principios natos. Si los principios de una civilización son nobles, tiene éxito, si son egoístas, se derrumba. Como un término, la palabra principios puede sonar abstracta, pero las con­secuencias de los principios son bastante concretas.

Muchos sistemas políticos y movimientos sociales comienzan con verdadero poder, pero al pasar el tiempo, se asocian con personas que buscan su propio interés y ter­minan confiando cada vez más en la fuerza hasta que finalmente caen en desgracia. La historia de la civilización demuestra esto reiteradamente. Es fácil olvidar que el atractivo inicial del comunismo era el humanitarismo idealista, así como lo fue el movimiento de confederación de los Estados Unidos hasta que se convirtió en refugio de políticos mezquinos

Con el fin de comprender perfectamente la dicotomía que estamos discutiendo, es necesario considerar la dife­rencia entre políticos y estadistas. Los políticos funcionan por conveniencia, se rigen por la fuerza después de ganar su posición a través de la fuerza de la persuasión y a menudo calibran a menos de 200.

Los estadistas repre­sentan el verdadero poder, se rigen por la inspiración, enseñan con su ejemplo, y representan principios claros como el agua. Los estadistas invocan la nobleza que reside en todos los hombres y la unifican a través de lo que puede ser denominado el corazón. Aunque el intelecto puede ser engañado fácilmente, el corazón reconoce la verdad. Donde el intelecto es limitado, el corazón es ilimi­tado; mientras el intelecto se desconcierta con lo transi­torio, el corazón solo se interesa por lo permanente.

La fuerza a menudo se basa en la retórica, en la pro­paganda, y en argumentos aparentemente verdaderos para obtener apoyo y encubrir las motivaciones subyacentes. Una característica de la verdad, sin embargo, es que no necesita defensa, es evidente por sí misma. Que “todos los hombres son creados iguales” no requiere justificación o persuasión retórica. Que es impropio asfixiar con gas per­sonas en campos de concentración es evidente; no requiere argumentos.

Los principios del verdadero poder están basados en que nunca requieren justificación, en cambio la fuerza la requiere inevitablemente. Siempre hay argu­mentos infinitos acerca de si la fuerza es o no “justificada”.

Está claro que el poder está asociado con aquello que apoya la vida, y la fuerza está asociada con aquello que se aprovecha de la vida para la ganancia de un individuo o de una organización.

La fuerza es divisiva, y a través de su divisibilidad, debilita, mientras que el poder unifica. La fuerza polariza. El jingoísmo o nacionalismo extremo tiene tal obvio atractivo para una nación militarista al igual que aliena el resto del mundo.

El poder atrae, mientras que la fuerza repele. Como el poder unifica, no tiene enemigos verdaderos, aunque sus manifestaciones pueden ser rebatidas por oportunistas a quienes no les convienen sus objetivos. El poder sirve a los demás, mientras que la fuerza se sirve a sí misma.

Los ver­daderos estadistas sirven al pueblo; los políticos explotan al pueblo para lograr sus propias metas.



Texto del Dr. David Hawkins

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